Cómo refutar los argumentos a favor de la eutanasia y
el suicidio asistido
Por Adolfo J.
Castañeda
Presentamos a continuación algunas ideas que nos
podrán ayudar a refutar los principales argumentos a favor de los crímenes de la
eutanasia y del suicidio asistido
Nuestro objetivo es proporcionarle al lector una
visión sintética de la mentalidad anti vida de la eutanasia y el suicidio
asistido, sus principales argumentos, la refutación de los mismos y la visión
pro vida que debe sustituir a dicha mentalidad anti vida.
1. Un planteamiento equivocado
Los argumentos en pro de la eutanasia y el suicidio
asistido explotan el miedo normal que todos le tenemos, no tanto a la muerte en
sí, sino al sufrimiento y a la soledad ante ella. Este sufrimiento es causado
muchas veces por el uso exagerado de "medios desproporcionados" de la medicina,
es decir, medios que infligen cargas graves (dolores agudos, etc.) al enfermo y
que son mayores que los beneficios que se suponían debían de ofrecerle. Como
nadie quiere estar en esa situación, ni debe estarlo, los promotores de la
eutanasia y del suicidio asistido se aprovechan de ese temor normal planteando
una disyuntiva equivocada.
¿En qué consiste ese planteamiento equivocado de los
promotores de la eutanasia y el suicidio asistido? Consiste en plantear dos
alternativas extremas:
1) o le aplicamos la eutanasia al enfermo
2) o morirá irremediablemente lleno de dolor y
sufrimiento.
Lógicamente, este argumento suscitará la aceptación
de muchos que creen equivocadamente que esas son las dos únicas opciones. La
razón de ello es que mucha gente cree, equivocadamente también, que lo que
enseña la religión o la medicina es que debemos mantener con vida al enfermo no
importa los medios que se utilicen y que el no hacerlo constituye un acto de
eutanasia. Entonces concluyen que ellos están también a favor de la eutanasia.
Esto es un lamentable error. En primer lugar no es un
acto de eutanasia el retirar o el negarse a proporcionar "medios
desproporcionados", siempre y cuando se respeten los legítimos deseos del
enfermo. Por consiguiente no tenemos que mantener a un enfermo sufriendo grave e
indefinidamente por causa del uso de unos "medios desproporcionados". Esto
implica que el planteamiento de los promotores de la eutanasia y el suicidio
asistido está equivocado. Existe una tercera vía: que no es ni la de matar al
enfermo por medio de la eutanasia y el suicidio asistido, ni tampoco la de
dejarlo sufrir indefinidamente por causa de unos "medios desproporcionados".
Pero, ¿qué pasa cuando el enfermo sufre dolores
intensos que no son el producto de unos "medios desproporcionados"? En esos casos
podemos utilizar, de forma adecuada, los analgésicos o calmantes que la
auténtica medicina proporcione. Puede ser que esos analgésicos tengan como
efecto colateral la aproximación de la muerte o la pérdida de la consciencia,
parcial o completa. Sin embargo, aún el uso de tales calmantes puede ser lícito
si se cumplen las siguientes condiciones, las cuales son muy razonables y de
sentido común:
1) no hay otra alternativa mejor (no hay disponibles
otros analgésicos que no tengan estos efectos)
2) no hay más nada que se pueda
hacer
3) se trata de un dolor grave que experimenta un
paciente terminal, y
4) el enfermo ya cumplió o puede razonablemente
cumplir con sus deberes graves: arreglar sus asuntos familiares, recibir los
sacramentos, etc.
La intención aquí no es matar al enfermo por medio de
fármacos para entonces aliviarle sus sufrimientos, sino la de aliviarle sus
sufrimientos por medio de medicinas adecuadas, aún corriendo el riesgo de que la
muerte se aproxime más rápidamente por ello o que pierda la consciencia, parcial
o completamente, siempre y cuando haya graves motivos.
Muchos de los que están a favor de la eutanasia y del
suicidio asistido, alegan falsamente de que este argumento sobre los analgésicos
es hipócrita porque, dicen ellos, es el mismo acto de dar una medicina que en
definitiva puede matar al enfermo y que lo único que cambia es la intención
nuestra. A esos tales respondemos que no se trata sólo de la buena intención,
sino de proporcionar al enfermo una dosis adecuada a su dolor. Muchas veces la
eutanasia ocurre cuando los médicos partidarios de ella proporcionan dosis que
ellos saben matarán de seguro al enfermo. Pero cuando un médico que respeta la
vida proporciona un analgésico cuya dosis está encaminada a aliviar el dolor,
pero que al mismo tiempo y lamentablemente puede tener un efecto ulterior no
deseado de acelerar el proceso de la muerte y hay motivos serios de por medio
para proporcionar dicha medicina (los que mencionamos antes), entonces no hay
ninguna razón para llamarle a ese acto "eutanasia" ni "suicidio asistido". Está
claro que no es un acto de hipocresía, sino que se hizo lo mejor que se pudo en
una situación difícil. Está claro también que si el médico pro vida tuviera a su
disposición un analgésico mejor, uno que no tuviera los efectos mencionados,
utilizara ése y no otro. El problema muchas veces es que muchos médicos no han
sido entrenados adecuadamente en el tratamiento paliativo y por eso es que se
cree que no hay alternativas.
Aquí amerita aclarar un punto muy importante: si bien
estamos obligados moralmente a nunca matar directamente a un inocente, sino a
respetar su vida siempre; esto no implica que debamos mantener su vida a toda
costa y con cualquier medio. Recordemos que la vida corporal es un bien muy
elevado, incluso es el más fundamental, la base y condición de todos los demás,
pero no es el bien más grande que existe, la vida espiritual es más importante.
Puede ser que la serenidad espiritual de un enfermo terminal peligre ante la
experiencia de un dolor muy intenso, entonces, con el uso adecuado de
analgésicos para calmar el dolor, y no para matar, tratamos de mitigárselo,
aunque se corra el riesgo (de nuevo, por graves motivos), de que se aproxime la
muerte o la pérdida de la consciencia.
Resumiendo, ante el dolor de un enfermo terminal, no
estamos obligados a utilizar o a mantener el uso de "medios desproporcionados".
Sí estamos obligados a proporcionarle las curas necesarias al enfermo, como el
agua, la alimentación (oral o médica), las medicinas, los calmantes, la
ventilación adecuada, la atención higiénica y del confort y, por encima de todo,
el amor y la solidaridad. No tenemos por qué ni debemos matar al enfermo ni
dejarlo sufrir indefinidamente. La eutanasia y el suicidio asistido constituyen
una hipocresía y una falsa "compasión" que buscan la vía fácil, egoísta y cómoda
para resolver los problemas, en vez de sacrificarse por el enfermo y darle
nuestro amor y compasión.
2. El falso "derecho" a morir y el derecho a vivir
Los que promueven la eutanasia y el suicidio asistido
hablan del "derecho a morir". En realidad todos nos vamos a morir, de manera que
no hace falta inventar un "derecho" para ello, la naturaleza, queramos o no, se
encargará de que nos muramos. No tenemos por qué, ni debemos apurarnos en este
asunto.
Si lo que se quiere decir con "derecho a morir" es
que todo ser humano tiene el derecho a morir en paz y dignidad, cuando la muerte
natural le llegue, entonces no hay nada que objetar. Pero lamentablemente eso no
es lo que los partidarios de estos crímenes quieren decir con el falso "derecho"
a morir. Lo que ellos quieren decir es que la persona tiene el "derecho" a que
le apliquen la eutanasia, el suicidio asistido o a suicidarse, incluso cuando
ella lo estime conveniente. Estos activistas llegan también a decir la
barbaridad de que el acto de matarse a uno mismo o de procurar la ayuda de otros
para lograrlo es un "acto final de autodeterminación", "liberación" o "muerte
misericordiosa" ("mercy killing"). Todos estos términos son eufemismos, es
decir, frases bonitas pero engañosas, que intentan esconder la terrible realidad
que se pretende promover: la eutanasia, el suicidio asistido y el suicidio.
Pero quizás lo que más quieren ocultar los
partidarios de estos crímenes es el egoísmo de los saludables para con los
enfermos. Cuando una sociedad crea una mentalidad propicia a la eutanasia y al
suicidio asistido, en realidad le está diciendo a los ancianos, a los enfermos
terminales y a los familiares de los pacientes comatosos: "Miren, no le vamos a
ayudar, no vamos a estar con ustedes para aliviarles el dolor o para ayudarles a
cargar sus cargas, sino que vamos a 'ayudarles' a que se quiten del medio o
vamos a hacerlo con su consentimiento o incluso sin él."
No existe el "derecho" a quitarse la vida ni a pedir
que otros nos la quiten, ni tampoco, por supuesto a quitársela a otro, aunque
nos lo pida. Las súplicas de un enfermo o anciano de que lo matemos no son tanto
una petición de muerte, sino un grito de desesperación de una persona en una
situación vulnerable ante el dolor. ¿Vamos a abandonar a esa persona en esa
situación o vamos a ayudarla a salir de ella para que recupere sus cabales y
reciba el amor, la solidaridad y la paz que necesita antes de morir de forma
natural? Es una hipocresía inconcebible decir que el enfermo terminal tiene el
"derecho" a decidir su destino (la muerte), cuando en realidad su situación
mental (a veces causada por los que lo rodean con una mentalidad en pro de la
eutanasia) es lo que lo ha llevado a ese momento de desesperación y cuando es él
y no nosotros el que está pidiendo eso.
Sin embargo, independientemente de una condición de
intensa vulnerabilidad psicológica, el suicido (asistido o no) y, por supuesto,
la eutanasia siempre son actos graves y nunca lícitos. Algunos objetan que por
qué el "derecho" a morir por la propia mano no existe, si es la propia persona
la que lo decide. Respondamos a este argumento parte por parte.
En primer lugar se trata de un argumento circular y
por tanto falaz. Decir: "yo tengo el derecho a suicidarme porque yo lo decido"
no prueba absolutamente nada. En el fondo implica que la decisión propia lo
justifica todo, lo cual es una aberración y la destrucción, a nivel de
principio, no sólo de la vida misma, sino de la convivencia social.
Pero lo peor de esta mentalidad es la concepción
errada de la persona humana que está a la base de la misma. En efecto, si yo
digo que es lícito matar a alguien, ayudarlo a que se mate o matarme a mí mismo
porque está (o estoy) sufriendo o porque su (o mi) vida "carece de la calidad o
sentido suficiente", entonces yo estoy diciendo que la vida humana y en último
caso la persona humana tiene un valor extrínseco y relativo, es decir,
condicionado a la posesión de ciertas cualidades o ventajas. Estoy diciendo que
la persona humana carece de una dignidad o valor intrínseco y absoluto, es
decir, que no vale por el mero hecho de ser persona, sino a condición de que
posea ciertas cualidades (de salud, etc.) que la sociedad considera necesarias
para que merezca seguir viviendo.
Esa forma de pensar, ademas de inhumana y equivocada,
es extremadamente peligrosa, ya que conlleva a un declive resbaloso e
interminable de muerte. En efecto, los promotores de la eutanasia y del suicidio
asistido comenzaron con retirarle el agua y los alimentos a los pacientes
comatosos, luego promovieron la falsa "solución" de darle una inyección letal
con el consentimiento de sus familiares, ahora en Holanda están matando a los
pacientes terminales y a los ancianitos aún sin su consentimiento, luego
continuarán eliminando aún a aquellos que no son pacientes terminales ni
pacientes graves ni ancianos. El "control de calidad" no tendrá fin.
La razón fundamental de que nadie tenga el "derecho"
a matarse o ayudar a otros a hacerlo es porque todos tenemos una dignidad, es
decir, un valor intrínseco y absoluto, y los valores así no se destruyen, se
protegen y se aman. En realidad la base de la salud mental y del mismo amor es
el valor de la persona. Si yo pierdo el sentido de mi propio valor o dignidad
(la dignidad nunca se pierde, no importa en qué condición me encuentre, pero el
sentido si puede perderse, aunque no debería perderse), si yo pierdo, repito, el
sentido de mi propia dignidad, eso equivale a perder mi auto-estima y mi salud
mental. Lo que yo necesito en ese caso es que me ayuden a recuperar ese sentido,
esa autoconsciencia de mi propio valor como persona, no que me "ayuden" a
liquidarme.
Si la sociedad pierde el sentido o la conciencia del
valor incondicional de la persona humana, perderá también la capacidad de amar
incondicionalmente, ya que el amor y el valor son realidades correlativas, no se
ama lo que no se percibe como un valor. ¿Qué será entonces de nuestra sociedad,
de nuestras familias, de nuestros matrimonios? Si los esposos no se aman de esa
manera, si los padres no aman a sus hijos de esa manera y viceversa, si los
ciudadanos no se aman o al menos no se respetan de esa manera, ¿qué pasará con
las generaciones posteriores, cómo crecerán nuestros hijos, qué clase de ser
humano tendremos en el futuro? Una sociedad que no es capaz de servir
auténticamente (eso es amar) a sus miembros más débiles ha perdido el sentido de
su propia humanidad y de lo que significa ser civilizado y se ha convertido en
una sociedad caracterizada por la barbarie, una sociedad donde el hombre es el
lobo del hombre, donde se pisotea ese derecho y ese deseo que está sembrado en
lo más profundo del corazón de toda persona, lo admita explícitamente o no, de
que lo traten como persona y no como una cosa, que lo traten como un fin en sí
misma y no como un medio para otro fin.
La mentalidad en pro de la eutanasia y del suicidio
asistido lleva en sí misma el germen de la destrucción social y de lo que
significa ser persona, por ello debe ser denunciada y refutada por todos los
medios legítimos a nuestro alcance. Pero no sólo eso, debe ser también
sustituida por una mentalidad a favor de la vida y del amor, por una mentalidad
a favor de la protección de los más débiles y enfermos, por un progreso adecuado
en el campo de la salud, por una mentalidad creadora de formas cada vez mejores
de compasión y ternura y por un correspondiente léxico pro vida: "persona" no
"vegetal", "vida humana" no "vida sin sentido", etc. En definitiva se trata de
construir una civilización en pro de la persona y no en contra de ella.
Fuente:
Vida Humana Internacional.